jueves, 22 de septiembre de 2016

El cielo de Quesada

El cielo de Quesada. Acrílico y óleo 65 x 50 cm. 2016


    Una noche de verano. Quizás de agosto. Con luna llena. La imagen está tomada como si el observador estuviera tendido en el suelo con la cabeza al norte y los pies al sur.  A su derecha los cerros de Vítar y la Magdalena, con sus repetidores. A su izquierda la sierra. De frente los Picones y el puerto de Tíscar con su atalaya. Un “lanrover” sube penosamente por las cuestas de un carril.











    En aquellos veranos de antes, los de estudiante, al contrario que ahora era uno mucho más nocturno, no había hora de acostarse por la noche ni de levantarse por el día. Recuerdo muchas noches de luna llena, o quizás es que solo recuerde esas o que las recuerde con preferencia. Noches de atmósfera tranquila y luminosa, noches silenciosas de colores azulados y grises en las que las sombras de la luna eran muy oscuras y la tierra de los olivares muy brillante, casi blanca.

    En esas noches de los veranos de antes pocos ruidos rompían la calma silenciosa, fuera de algún cuco, de los grillos o del nuestro propio en algún bar, ruido ese si, chillón y escandaloso. Por ser aquel silencio tan tranquilo eran muy llamativos y ocupan buena parte de memoria los pocos ruidos que de cuando en cuando se presentaban. Así, el de los camiones cargados de paja que atravesaban de noche el pueblo para no recalentarse. Con el estrépito de sus mecánicas ya entonces viejas alborotaban por un momento la noche. Después volvía la calma y las voces destempladas que escapaban del bar.

    Nunca me dieron miedo las noches de luna llena porque no son oscuras sino azules.

    Con los años fue uno dejando de tener todos los veranos libres y las  horas de orto y ocaso se han ido acomodado a criterios más convencionales. Hacía mucho, mucho tiempo que no vivía a la luz de la luna una noche de verano. Por eso me dio tanto gusto la excursión nocturna que hice este agosto pasado. Bajando del anochecer en el Veleta, la luna señalaba la verea y a lo lejos brillaban las luces de Granada en la Vega. Sólo se escuchaba el sonido de nuestra conversación y nuestros pasos contra las piedras del camino. Por allí no hay cucos ni grillos.


Saliendo la luna en el Veleta
Abajo en la Vega las luces de Granada






    Nunca me han dado miedo las noches de luna llena, al contrario, me gustan, me atraen. Las noches de luna llena de verano sólo pueden terminar como ya entonces, con luz, luz artificial brillando en los hielos de un gintonic. Fue el caso.

Las luces de Granada., Digital,. 4.724 x 3.071 px. 2016