jueves, 18 de febrero de 2016

El cuchillo de la tormenta

Cuchillo de la tormenta. Óleo y acrílico, 65 x 50 cm, 2016

Escribió D. Antonio Machado, cuando anduvo por Baeza (“Apuntes para una geografía emotiva de España”), unos versos que decían:


II

Sol en los montes de Baza.

Mágina y su nube negra.

En el Aznaitín afila

su cuchillo la tormenta.


VI
Y en la sierra de Quesada:Vivo en pecado mortal:

no te debiera querer;

por eso te quiero más”


Son solo apuntes y no se sabe que quiso decir con esta segunda estrofa, si es que quiso decir algo más que la pura música de las palabras. Pero sí parece claro a cuento de qué viene la primera. En sus paseos por Baeza más de una tarde vería crecer y ascender las nubes en las sierras al otro lado del Guadalquivir. Montes de Mágina y tremendo peñón calizo y pelado del Aznaitín, que parece pensado para nido de tempestades. 

Aznaitín parece que viene de Netón o Neitín, dios íbero de la guerra y señor del rayo. Una suerte de Marte muy venerado en la Turdetania y la Oretania, de las que estas sierras hacían frontera. Pensara en esto o pensara en otras melancolías suyas ,es evidente que el poeta sí que oyó en sus paseos gritar al trueno a lo lejos, sobre el Aznaitín. Está muy bien dicho eso de que la tormenta afilaba su cuchillo.

Las tormentas o dan miedo o bien gustan y atraen. Yo estoy en el caso segundo. No es que sea como esos descerebrados que se ven en las películas persiguiendo tornados, es que me gusta verlas crecer, olerlas, oírlas. Me parecen de una insuperable expresividad sus vendavales, las primeras gotas que levantan olor a tierra mojada, la furia del diluvio golpeando por todas partes, los fogonazos del relámpago, el rugido del trueno, la oscuridad que cae de golpe sobre el día, la serenidad relajada y algo triste cuando se ha ido.

Siempre he sido muy aficionado a las tormentas, que me han dejado muchos episodios  en la memoria. De ellos uno entre tantos, recordado quizás por asociarlo a tiempos más jóvenes, es el de las tormentas sobre la Loma de Úbeda, cuando por la parte de Los Propios iba yo y venía de Granada a Quesada y viceversa. Perfil de la catedral de Baeza, relámpagos, interferencias en la radio, los faros de los coches encendidos, rojas luces de posición.

Otro día, mucho años después de aquellos viajes, descubrí por navegadora casualidad un paisaje marino de John Constable: sobre el mar negros nubarrones descargan una densa cortina de lluvia, en los techos de las nubes traseras brilla el sol. Me maravilló. Una pintura radicalmente expresionista, resuelta con cuatro furiosos arañazos que componen una manta de agua cayendo desde los flecos claros y oscuros del nubarrón. Una pintura absolutamente asombrosa. Especialmente siendo cosa de un señor ya de tanta edad, que tendría hoy, si viviera, sus buenos doscientos años, algo mas.

Así que de D. Antonio Machado cogí el nombre, de Constable las rayas y de mis recuerdos lo demás.

Esta es la explicación, el cuento de  este tormentazo o nube sobre Baeza y Úbeda, visto desde la carretera de Los Propios, yo camino de Quesada o en la vuelta a Granada que tanto da.


Paisaje marino de J. Constable
Desde el Coscojal del cerro de la Magdalena en Quesada, nubarrones
 y manta de agua en la Loma de Úbeda

Instituto de Baeza, donde daba clases el poeta